Observación 18: el mismo cielo

En otra parte, tal vez un universo paralelo, quizás en un futuro alternativo, estoy sentada en una mesa de un café en un país extranjero. Tomo una taza de té verde con menta y un pedazo de tarta de limón, tu preferida. Llegas tarde y aunque conoces lo mucho que me disgusta la tardanza, sonríes y se me olvida que han pasado siete minutos de las cinco. Un beso de un instante, que alargaría tres mil vidas. Aprovechas que mis ojos están posados en ti para robar un trozo de la tarta:

– Soy más grande, necesito comer más – dices para después acariciar mi mejilla -.

El sol de la tarde entra por la ventana y baña tu piel morena de ámbar y oro. Te sientas y me escuchas quejarme de los males del mundo, nada podría borrar la sonrisa de tu rostro. Adoras los días de sol de la misma forma que yo adoro los días en los que tengo el privilegio de encontrarte.

Despierto de mi ensoñación; no hay sol, la lluvia baña mi ciudad. Estoy recostada en mi sofá con la vista posada en la ventana y me pregunto si estás mirando el mismo cielo al que yo estoy contemplando, si sonríes al escuchar a alguna otra mujer hablar, si algún día te encontraré en algún café de algún país extranjero y robarás un pedazo de mi tarta de limón, que habré pedido por ser tu preferida.

«Mi pena es muy mala porque es una pena que yo no quisiera que se me quitara» – La toná de la fragua, Manuel Machado

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